El sector del olivar y de los aceites de oliva parece que vuelve a la normalidad tras un tiempo inédito y de anomalías que aún vivimos tras dos campañas, la 22-23 y la 23-24, cortas, bajas y nefastas por muchas razones, aunque nos deja muchas lecciones para aprender.
Se barrunta ya en el horizonte para la campaña 24-25 un cambio de ciclo con una tendencia de más dinamismo y alegría, aunque para que se materialice este deseo habrá que esperar unos meses a la evolución del desarrollo del fruto y del propio mercado oleícola. Mientras, hay que lidiar con los últimos coletazos que nos ha dejado este nuevo tiempo en el sector oleícola hasta tanto no avance el otoño. Y sería oportuno, desde la prudencia y el rigor, no aventurarse de forma precipitada con estimaciones de cifras que provocan confusión, desconcierto y nerviosismo. Todo a su debido tiempo, pese a reconocer que las expectativas son mejores por la buena cara que presenta el olivar tras las lluvias de marzo.
Y es que estas dos últimas campañas han venido a demostrar muchas cosas y desmitificar tópicos varios que el sector tenía más que asumidos en la teoría, nunca en la práctica por cuanto jamás antes se habían visto ni conocido. El primero de ellos es que se han obtenido en dos campañas la producción de una campaña media-alta, con las consecuencias que esta atípica situación lleva aparejada a todos los niveles. El segundo es que hay cierta fidelidad al consumo de los aceites de oliva, aunque haya sufrido menoscabo por los elevados precios.
Precios que, otra parte, han vuelto a la normalidad de la ley de la oferta y la demanda y han venido a tumbar la inexplicable e injustificada situación de bajada de precios producida en marzo por el pánico y la irracional reacción provocado en parte del sector por las generosas lluvias y por la atomizada oferta. Y es que ha quedado claro que no había razón de ser para esa importante desescalada de cotizaciones cuando realmente hay poco producto, que, a pesar de todos los pesares, ha registrado un discreto ritmo de comercialización.
Así las cosas, veníamos de una anterior campaña con un enlace de unas 250.000 toneladas de aceite de oliva, cifra que podría bajar de las 200.000 a primeros de octubre, mes en el que se produce muy poco aceite y que habrá que afrontar con unas existencias más bien justas para atender a los mercados, lo cual todo hace pensar que se podrían producir tensiones en el mercado, que siempre se autorregula vía precios, independientemente de que las expectativas de producción en el mundo inviten a un esperanzador optimismo.
Mientras se completa esta campaña que se dispone a afrontar su último tercio, habrá que ver cómo termina la floración y el cuajado del fruto, así como analizar cómo tira el olivo a partir de San Juan. Ardo en deseos por conocer la relación que tendrá en la próxima campaña el binomio valor y volumen, el quid de la cuestión; cuál será su techo y su suelo, si el sector productor se hace fuerte y si ha aprendido enseñanzas aleccionadoras de este tiempo inédito de escasa oferta y altos precios. Me gustaría que se haya aprendido la lección y se saque buena nota en el examen final de la próxima campaña. Veremos.
*Asensio López, director de Oleum Xauen