
Ahora que acaba la campaña y se inicia otra con renovadas ganas e ilusión, con la elaboración de los primeros zumos naturales de fruta fresca de aceituna para las variedades más ultratempranas en cuanto a maduración, es un momento oportuno para insistir por tierra, mar y aire que las campañas duran 12 meses, no 12 semanas.
Y aunque es una verdad de Perogrullo, algunos parecen empeñados con sus actos y acciones en poner en duda esta obviedad de que al octubre oleícola le sigue noviembre, diciembre y así hasta septiembre. Por eso el factor tiempo, la variable duración, el ciclo vital de la campaña hay que defenderlo con visión de largo alcance y tenerlo siempre muy en cuenta a la hora de trazar estrategias porque es más relevante de lo que nos creemos.
¿Qué les quiero decir con esta expresión que puede resultar una simpleza para una gran mayoría? Pues que hay que tener una hoja de ruta, unos objetivos, una estrategia y unos retos para los doce meses, con la flexibilidad que sea necesaria pero siempre sustentada en criterios profesionales, objetivos y de sentido común. Qué hay que desterrar la precipitación, los nervios, ese componente psicológico que parece consustancial en gran parte a este sector y que no hay que entrar en pánico porque caigan en unas semanas más litros de agua de lo normal o porque se intente reventar el mercado oleícola. Eso siempre hay que contrarrestarlo con cabeza, con datos, pero no con las vísceras, y nunca a lo loco como pollo sin cabeza.
Tampoco quiero abundar más en esta idea porque me provoca hastío, frustración y me pone mal cuerpo, pero sí recordarles que el ejemplo más palmario de lo que digo está en el desplome de precios sufrido desde finales del pasado invierno, con repunte a finales de verano, cuando no había motivos que justificaran de forma razonable dicha desescalada tan pronunciada.
Ello ha motivado que se haya dejado de ingresar mucho dinero por dejarnos llevar por unas estrategias incomprensibles e inconcebibles en un sector que debe tener más aplomo y afrontar estas situaciones con más paciencia, más competencia y más madurez. Si así se hubiera actuado no se habrían potencialmente evaporado o dejado de percibir un importante montante económico por esas cortas luces y por ese proceder errático. Y ese dinero estaría en las cuentas y en los bolsillos de los productores. Porque convendrán conmigo que no es lo mismo vender a tres euros y pico que a cuatro o a cinco euros el kilo de aceite de oliva en el mercado de origen.
Es hora de pasar página para que esta situación no nos lleve a la melancolía y de aprender la lección. Ahora hay que gestionar de la mejor manera la campaña que abrirá sus puertas el próximo miércoles, teniendo en cuenta el corto, el medio y el largo plazo de este ejercicio que, en cualquier caso, será, con sus pros y sus contras y con sus luces y sus sombras, apasionante sin ningún género de dudas. Por lo pronto, el jueves ya conoceremos las cifras del aforo en la sede de la Fundación del Olivar. Y esa es una buena primera piedra de toque para ver cómo será la campaña y por dónde van a ir los tiros, para lo cual hace falta también saber con rigor cómo se presenta la realidad productiva mundial, sobre todo en la cuenca mediterránea, para contextualizar las cifras y las posibles acciones a desarrollar en estos doce meses.
Porque a pesar de todos los pesares, siempre hay que ser optimista en este sector oleícola del que tenemos el honor y la responsabilidad de ostentar el liderazgo en producción, en calidad, en exportación y en muchas otras cosas. Por eso mi sugerencia no puede ser otra más que la de que se siga trabajando con la satisfacción del trabajo bien hecho, desde la profesionalidad, la calidad, la tranquilidad y los buenos alimentos, como los néctares de aceituna tan deliciosos que producimos y que tanto seducen y enamoran.
*Asensio López, director de Oleum Xauen