
Es cierto que el olivar de Jaén es muy productivo y puede, debe y tiene que ser más competitivo donde sea susceptible de serlo. Ante este axioma hay poco que objetar. Pero también es cierto que la realidad es la que es y conviene no engañarse.
Es de ilusos negar la evidencia y ver la reconversión como un cuento, una quimera, un imposible, un acto de fe voluntarista, ni hay que mirar para otro lado ante una realidad que nos atropella. Ni lo uno ni lo otro. La reestructuración y modernización del olivar tradicional es una recomendación necesaria y urgente, aun reconociendo que es un asunto complejo. Está claro que no es lo mismo ganar dos que ganar cuatro. Hasta ahí es perfectamente entendible y defendible. Siempre teniendo claro donde las circunstancias y las condiciones lo permitan, por lo que es necesario pasar a limpio los planteamientos teóricos, sin que las hojas impidan ver el bosque.
Ahora bien, la realidad y el contexto de Jaén es el que es. Parcelas de escasa superficie, minifundios de pocas hectáreas, pequeñas explotaciones, parte de la superficie de alta pendiente, déficit de agua, con muchos olivareros que no viven del olivar, sino que tienen este cultivo como un complemento de renta, por lo que no son profesionales que perviven y dependen del mar de olivos, y no le va la vida económica en ello en un sector en el que no hay relevo generacional por muchos mantras que nos vendan.
A todo ello hay que añadirle el cambio climático, cierto romanticismo, el peso de la historia y factores de índole vario que sería conveniente desmitificar. Pero dicho lo cual, al final todo esto se resume en que es un negocio puro y duro, o debería de serlo, y hay que echarle cuentas para que salgan los números, pensando siempre en el futuro para vivir dignamente de este cultivo. Por eso cada cual debe obrar en consecuencia de acuerdo con su situación y su contexto, con responsabilidad y con altura de miras, sin condicionantes para buscar un mejor beneficio. Y hay que normalizar esta situación sin complejo y rubor alguno porque esto es un negocio empresarial. Que no se le olvide a nadie.
Estamos de acuerdo que hay que cohabitar con los diferentes sistemas y tipologías de cultivos de olivar. No es lo mismo el de copa o intensivo que el superintensivo, de seto o alta densidad que el olivar tradicional, en el que hay que subcategorías, como el de montaña, de pendiente, de secano, de regadío, el mecanizable o no, de sierra, de campiña, el más vulnerable… que tienen diferente realidad, productividad, competitividad y rentabilidad. Eso es innegable. No nos pongamos una venda. Y con una nueva realidad: escasea la mano de obra, cuesta trabajo encontrar personal, lo que dificulta las tareas de recolección de la aceituna y que se adelante su trabajo y se potencie la calidad.
Si todo este diagnóstico está claro, lo lógico sería que se le imprimiera una marcha más a este proceso, se acelerara y no recurrir siempre a la sempiterna ayuda, a la subvención, que sí que es más que necesaria y urgente con una discriminación positiva para este olivar menos productivo que tiene pocas alternativas de reconversión. El que quiera reconvertir tiene el campo abierto para ello. Nadie se lo impide. Si vienen ayudas, bienvenidas sean; pero que este proceso no se haga con calzador o que se le haga a la carta. Lo malo de esto son los riesgos que entraña la falta de competitividad del olivar menos productivo ante la seria amenaza que puede suponer el abandono del cultivo y la despoblación del mar de olivos que ancla la población al territorio, salvo que tire de imaginación, valorice sus potencialidades, sus singularidades y la calidad del producto. Por eso, como para hacer una tortilla hay que romper huevos, defiendo que se apoye sin fisuras al olivar más débil, el menos competitivo, pero con unos enormes valores diferenciales, como medioambientales, patrimoniales y paisajísticos, entre otros. Para todo lo demás siempre está el mercado. Digo yo.
*Asensio López, director de Oleum Xauen




