Ha cambiado el rictus de los olivareros. Noto en sus caras un consuelo contenido, un cierto desahogo y un prometedor porvenir. Estas lluvias están resultando algo más que balsámicas. Y por ese componente psicológico que va íntimamente ligado al sector oleícola hay como un alivio, aunque observo que hay prisas por vender, lo que está provocando un incipiente cambio de ciclo, sobre todo en la mentalidad. Se ha pasado del derrotismo y el desánimo a un confuso y relativo entusiasmo sin llegar a la euforia al ser conscientes de dónde estábamos y de dónde veníamos.

Pero no nos engañemos. Estamos en el hoy, el mañana ya vendrá, aunque sea conveniente tener una mirada de largo enfoque. Hay que tener los pies en el suelo, aún queda toda la segunda parte de esta campaña oleícola 2023-2024 que hay que saber gestionar, administrar y sacarle el mayor partido posible con las mejores estrategias y sin reventar ni estrangular el mercado. La actual campaña dura hasta octubre. Y la 2024-2025 será otra historia, no hay dos campañas iguales. Por eso, hay que saber administrar los tiempos y flaco favor se hace el mismo sector productor si actúa en las ventas movido por impulsos y arreones, con la consiguiente desescalada de cotizaciones que se puede producir porque ha llovido mucho más de lo normal en marzo.

Por eso, en este compás de espera por el que discurre el sector y hasta tanto no se despeje en junio la gran incógnita de cómo ha cuajado el fruto y si el olivo tira bien, sugiero que es tiempo de centrarse en llevar a cabo el plan adecuado y la mejor hoja de ruta, o la menos mala, para optimizar todas las estrategias que sean posibles sin dejarse llevar por las emociones, el miedo y los nervios. Esto es cuestión de números, de argumentos y de no engañarse, que no se nos olvide. Que no cunda el pánico.

Lo que quiero poner de manifiesto es que hay poco producto y las circunstancias han variado poco, salvo por las generosas lluvias, pero está por ver cómo será la próxima campaña. De momento, aunque pueda pintar bien, es un intangible, un futurible. Tampoco es para tirarnos de los pelos ni para poner el grito en el cielo en este ecuador de la campaña. ¿Qué llueva bien es una poderosa razón para vender a la baja actualmente?

Por eso siempre es bueno tirar de argumentos. Y el principal y más difícil de rebatir es que a finales de febrero sólo quedaban en España algo más de 700.000 toneladas de aceites de oliva para abastecer los mercados hasta octubre, un mes en el que tradicionalmente se produce muy poco aceite, más allá de unas cifras testimoniales de cosecha temprana. Otra cosa distinta será cuando llegue la próxima campaña y ver con qué cosecha contamos, para la cual habrá que poner en práctica las mejores recetas de acuerdo con el escenario que se monte en el otoño. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos. El futuro no está escrito y para escribirlo hay que tener en cuenta muchos factores, y uno de ellos es la prudencia, sin precipitaciones, aunque haya precipitaciones de lluvia, valga la redundancia.

Y pese a que llevamos dos campañas muy atípicas por la crisis de oferta, los datos de comercialización, dentro de lo que cabe, no han sido malos pese a los altos precios. En la primera mitad de esta campaña se han comercializado de largo más de medio millón de toneladas con una media mensual de unas 94.500 toneladas, aún sin saber los datos finales de este mes de marzo. Por eso es el momento de continuar por esta senda, porque este sector tiene como principales objetivos, entre otros muchos, una mejor estructuración y conseguir la estabilidad con el ansiado binomio de valor y volumen, para lo cual hay que seguir con la continua y continuada promoción, con la investigación de sus bondades saludables, con la información y la formación de sus propiedades para que nos lo quiten de las manos por convicción y por convencimiento, no por precios bajos.

*Asensio López, director de Oleum Xauen

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