No hay que ponerle paños calientes a esta campaña oleícola 2022-2023 que es mala sin paliativos, pero sí me gustaría hacer un llamamiento a la prudencia, al rigor y a la ponderación. Y a que se adopten las medidas que sean posibles para compensar y aliviar parcialmente las consecuencias y el menoscabo que ha traído esta corta e insuficiente cosecha de aceites de oliva, pues no todo el mundo sufre los efectos de la misma manera y los daños colaterales y las secuelas no son iguales para todos en este sector tan heterogéneo.  

La cosecha es la que es y no es bueno darse más latigazos de la cuenta. Por eso, sostengo que es aventurado y no recomendable sacar conclusiones apriorísticas cuando aún estamos todavía en la recta final del proceso de recolección, por lo que habrá que ver la producción final que el olivo ha podido tener en estas circunstancias tan adversas que arrastra desde hace varias campañas, agravadas especialmente en ésta por tan prolongada ausencia de lluvias y por olas de calor reiteradas.

Cada cual es muy libre de exponer su punto de vista en relación con la situación creada con esta escasa cosecha, pero tampoco creo que sea buena idea abundar y recrearse en la herida tirando de dramatismo, entre otras cosas porque estimo que no conduce a nada. Sí, por el contrario, es tiempo de hacer pedagogía sobre la situación y el contexto en el que nos movemos, teniendo altura de miras en estos tiempos difíciles. Ahora de lo que se trata es de gestionar y de administrar lo mejor que se pueda esta campaña  que ha generado, por desgracia, más incertidumbre a un mercado que puede sufrir tensiones, a un consumo que ojalá no se resienta en el medio plazo y a una comercialización que obviamente tiene que descender inexorablemente respecto al récord de la pasada ante la escasa oferta que se espera.

Sabedores de esta situación y que la producción ha caído en picado, conviene ser, en la medida que se pueda, cautelosos y apelar a la serenidad sin que cunda el desánimo y el nerviosismo para optimizar y capear esta coyuntura, que suele repetirse cada cierto tiempo de forma cíclica por la incidencia directa de la meteorología en el agro. Las cosechas, condicionadas siempre por el tiempo meteorológico, no son producto de la programación como si de la fabricación de un producto se tratara. Conviene subrayarlo y tenerlo en cuenta. Por eso es oportuno mirar por el retrovisor de la historia y sacar conclusiones, si es que las hay o aguantar el tirón compensando a los que menos tienen. Ya en la campaña 1995/96 hubo en España 336.000 toneladas de aceites de oliva (97.000 en Jaén) y en la 2012/2013 se alcanzaron las 618.000 (142.000 en el territorio jiennense).

Además de preocuparse, hay que ocuparse de gestionar y administrar lo mejor posible esta campaña, en la que habrá que estar muy pendientes a los próximos meses de mayo y junio para ver cómo pinta la venidera cosecha con el fin de establecer las mejores estrategias al objeto de sacarle el mayor partido y de optimizar la situación. Porque, en el caso de que fuera parecida a ésta, ya sí estaríamos hablando de palabras mayores porque la situación sería desastrosa. Y eso sería un doble golpe que dejaría muchos damnificados, pues una segunda campaña consecutiva así no es asumible en términos económicos y sociales para la mayor parte de los pueblos y ciudades, así como de las personas que viven del olivar y de los aceites de oliva.

*Asensio López, director de Oleum Xauen

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