Llueve sobre mojado con los aranceles y la política proteccionista que impone Donald Trump, un gravamen con el que ya se topó y castigó al aceite de oliva español hasta los 18 kilos de envasado a partir de octubre de 2019 con el 25 por ciento. El riesgo, la preocupación y las especulaciones estaban a la orden del día desde que volvió a ganar las elecciones. De espada de Damocles hemos pasado al trágala del 20%, incluido esta vez todos los países productores de Europa, con todas las calidades y formatos. Ahora habrá que ver su impacto en el consumo, sobre todo el cuánto y cómo afecta, porque lo que sí está claro es la distorsión que se produce en el mercado mundial de los aceites de oliva con los delirios proteccionistas de esta política arcaica.

España queda en una situación de desventaja respecto a los países a los que se les va a aplicar un arancel menor (a Turquía y Marruecos se les aplicará un 10%). Los aranceles son una mala noticia, sin paliativos, para todos, bien en posicionamiento, en precio o en un potencial crecimiento en el tercer mercado mundial. El precio final con los aranceles, amortiguado estos meses con esta brusca desescalada respecto a las altas cotizaciones de las dos pasadas campañas por la crisis de oferta, supone un verdadero escollo para el posicionamiento de los aceites de oliva de España en EE UU. En cualquier caso, aunque sea coyuntural con un menor precio del aceite de oliva, esta medida es un verdadero dislate porque no beneficia a nadie, sobre todo al estadounidense de a pie, que es al fin y al cabo el que paga por la compra de aceite de oliva. Y lo viene demostrando en los últimos años, en las duras y en las maduras. Y me atrevería a decir que seguirá haciéndolo mientras que haya unos precios asequibles como sucede en esta dinámica bajista en la que nos encontramos.

Lo que no alcanzo a comprender son las razones en este mundo globalizado y en esta sociedad en la que se aboga por primar y potenciar el comercio en el libre mercado, la apertura de nuevos mercados y la conquista de nuevos consumidores. Gran paradoja, pues, gravar y encabezar una batalla comercial en la que, como en todas las guerras, hay poco que ganar y sí mucho que perder, máxime si se hace como un trágala, una medida abusiva y unilateral para imponer un tributo trasnochado en lo que supone un monumental y absurdo contrasentido en un sistema capitalista.

Salvo sorpresas de última hora no albergo esperanza alguna de cambios en una hipotética negociación en la que no puede haber imposiciones ni subordinaciones, pero cuando uno declara una guerra comercial contra todo y contra todos, el acuerdo se antoja algo más que misión imposible.  Sobra decir que aquí hay en juego mucho más que dinero. Se trata de un cambio de modelo. Hay relaciones comerciales consolidadas, liderazgo exportador, mucho trabajo de promoción, un producto que los estadounidenses valoran desde el punto de vista saludable y culinario, así como un enorme esfuerzo por mantener el liderazgo en el principal mercado del aceite de oliva de España fuera de la Unión Europea.

De hecho, EE UU importó casi 128.000 toneladas de aceites de oliva de España en 2024, con un valor de 1.080 millones de euros, y 110.000 en 2023, lejos de las 170.000 de 2022, unas cifras mejores que las de Italia, nuestro principal competidor. Y eso, pese a las dos nefastas e inéditas campañas. En total, Estados Unidos importó en 2024 casi 366.000 toneladas de aceites de oliva por un valor de casi 3.000 millones de euros; más de 346.000 toneladas en 2022 por un importe de 1.967 millones de euros y en 2022 la cifra totalizó casi 410.000 toneladas de aceites de oliva con una cuantía económica de más de 1.681 millones de euros.

De ahí la importancia cualitativa del mercado estadounidense por cuanto la mitad del aceite de oliva que se consume fuera de la Unión Europea se importa y se consume en EE UU, un mercado que va al alza porque tiene una especial sensibilidad hacia la salud y porque tiene un poder adquisitivo que le permite consumir aceites de oliva. Ahora toca altura de miras, es tiempo de audacia, de unidad y de más Europa, desde la firmeza y la habilidad, porque a día de hoy el gran problema es de posicionamiento más que de precio.

Por eso también es el momento de llegar a acuerdos desde la negociación, y en el caso de que no fructifiquen hay que aguantar el tirón, dar por amortizado el asunto durante estos cuatro años y que no cale esta estrategia de tanto proteccionismo porque, en el caso de que el postrumpismo se afianzara, corremos el grave riesgo que los aranceles puedan ser un rejón que socave el gran trabajo llevado a cabo y que se pudieran hacer estructurales en el corto y el medio plazo. Y eso sí que sería una malísima noticia. Y paralelamente también es tiempo de diversificar las exportaciones y buscar nuevos caladeros. Porque no podemos permitir que entre unas cosas y otras nuestro oro verde se convierta en oropel.

*Asensio López, director de Oleum Xauen

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