El cepazo de los precios de los aceites de oliva en este año 2024 que termina ha sido memorable. Un desplome de altura, desde las nubes al suelo. He escrito tanto de las cotizaciones de este formidable producto que he llegado a la conclusión que este sector prácticamente no tiene solución en cuanto a mantener una mínima y deseable estabilidad en precio. Lo reconozco, no soy nada optimista y mantengo pocas esperanzas en relación con este asunto en este sector tan poco estructurado.

Los hechos, la historia, la memoria, los datos y la forma de actuar me dan la razón, desgraciadamente. Y eso es muy triste. Dice la banda Viva Suecia en una de sus canciones que no hemos aprendido nada. Y muy cierto que es.  Bueno a medias: hemos aprendido a recolectar un excelente fruto y a producir un alimento maravilloso que no sabemos vender bien ni comercializar como es debido ni siquiera cuando no es excedentario. Y seguimos tropezando con la misma piedra, mirando para otro lado y buscando siempre coartadas y culpables sin hacer autocrítica.  Ya si eso se corta una carretera y se justifica uno con estos episodios de banalización y de empobrecimiento por los bajos precios.

Un sector parte del cual que parece no cesar de pegarse tiros en los pies, con los daños colaterales que ello produce para el conjunto, por operaciones de venta a la baja; como si algunos se quisieran inmolar con estrategias que parecen suicidas o poco entendibles, sacrificando un legítimo beneficio por el colosal producto que producen por eso del más vale ahora pájaro en mano que cientos volando. Y así campaña tras campaña, salvo en estas dos últimas pasadas, que han puesto sobre la mesa que se puede vender a precios nunca vistos. Una gran bofetada del mercado (por no decir otra cosa más grosera) a todos esos que se autoproclaman expertos, entendidos y versados en la materia oleícola.

Ni por asomo ni en sueños olieron la situación de máximos históricos. Aquí lo único que parece que se olfatea siempre es la de la tendencia de un mercado a la baja.  Por eso de los nervios, las prisas, el agua, las urgencias, la liquidez, el componente psicológico de este sector, estrategias difícil de entender y mucha falta de profesionalidad.

Esta situación, la verdad, causa, o debería causar, mucha fatiga mental y mucha pérdida de energías que se deberían emplear en saber vender; o al menos en comercializar mejor, en currarse un poco el oficio de maximizar, con moderación, las cotizaciones del excelso aceite de oliva que se produce, pero con valor, a precios razonables, dignos. Y eso reconociendo que no es tarea fácil y que hay mucha gente que trata de hacer las cosas bien, aunque se ven atrapados directa o indirectamente por esta perversa y lamentable situación.

Ya no quiero hablar más de las recetas, si la campaña dura 12 meses, de la altura de miras, de los faros largos, de evitar los volantazos, del trinomio valor-volumen-ahorro de costes. Todo eso parece importar poco, visto lo visto. Ya he dicho en más de una ocasión que este sector tan heterogéneo y con diferentes intereses madura, pero aprende poco en la asignatura de la comercialización o quizás se quiere “hacer la guerra” por cuenta de cada uno y sálvese quien pueda.

Lo mismo que hace falta un relevo generacional en el campo, quizás también hagan faltan nuevos liderazgos, con ideas frescas, renovadas y con otras estrategias más eficaces y eficientes. ¿O es que quizás este sector vive, en general, no muy incómodo con esta situación? ¿O es que no hay más solución que la que nos deja esta coyuntura? Pregunto.

*Asensio López, director de Oleum Xauen

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