No siento el menor de los entusiasmos por el proyecto de la Orden del Real Decreto del Ministerio de Agricultura para retirar aceite del mercado y regular así la oferta con el fin de mejorar la estabilidad y el funcionamiento de los mercados oleícolas cuando se prevean grandes cosechones (elevada producción más existencias) al objeto de no menoscabar el consumo por la crónica volatilidad e inestabilidad de este producto respecto a sus cotizaciones. Lo veo un tanto trasnochado, como a la defensiva y me parece que es una estrategia conservadora. En cualquier caso, aunque no es la panacea es otra herramienta más que se pone a disposición del sector oleícola.

Yo a esta iniciativa que seguro que se hace con la mejor de las intenciones le daría la vuelta como a un calcetín. Nada de retirar del mercado aceite de oliva y, por el contrario, trabajaría por potenciar su valor y su comercialización con otras ideas y otros planes en los mercados respecto a hipotéticas producciones de grandes volúmenes. Ya saben mi receta para que este negocio oleícola sea rentable para todas las tipologías de olivar, sobre todo para el olivar tradicional más vulnerable: valor, volumen y ahorro de costes. Queda claro, por consiguiente, que no es santo de mi devoción este mecanismo de intervención sui géneris de la oferta que propone el Ministerio, si se le puede llamar de esta manera. Se trataría de jugar al ataque, no de ser “amarrategui”, un término coloquial que empleo con el debido respeto y con el que esta Orden pretende minimizar perjuicios.

La letra pequeña de la Orden establece una retirada del producto, un 20% como máximo, cuando la suma de la estimación de producción de la venidera campaña sea un 120% superior a la suma de la media de las últimas seis producciones anteriores más las existencias; es decir, que para llevar a cabo la retirada de aceite de oliva del mercado será necesario que se alcance para la inminente campaña 2025-2026 un aforo de producción superior a 1.630.501 toneladas, circunstancia que se antoja difícil de conseguir en esta campala.

Y puestos a discrepar con esta norma de comercialización habría que darle una vuelta más y echarle algo más que una pensada a las importaciones de terceros países en este mundo globalizado cuando lleguen las superproducciones; a tener en cuenta la opinión de los consumidores tanto en las duras como en las maduras y a que no sea para todas las tipologías de aceites de oliva. ¿Porque, por ejemplo, el que sólo produzca virgen extra, qué hace? 

Reconozco que no es fácil solucionar este asunto cuando lleguen las superproducciones en este sector tan desestructurado en la oferta. Por eso puedo hacer un esfuerzo y llegar a entender el espíritu del Real Decreto 84/2021, que establece que la norma de comercialización se aplicará en las campañas en las que el sector del aceite de oliva se encuentre en claro riesgo de desequilibrio de mercado; esto es, cuando los precios en origen de los aceites de oliva se sitúen en unos niveles que no cubran los costes de producción de explotaciones vulnerables, poniendo en riesgo su sostenibilidad.

Pero antes de tener que llegar a esta situación deberíamos hacer los deberes y agotar todo lo habido y por haber para ampliar los mercados, aumentar los consumidores, valorizar este producto como se merece con el fin de que siga siendo un alimento no excedentario; en definitiva, para que nos lo quiten de las manos. Y eso se hace con trabajo, con mucho “curro”, con ideas, con logística, con profesionales preparados, arriesgando, con decidida convicción y con una apuesta sin titubeos por el mercado. Y eso compete a todo el sector, sin echar balones fuera.

*Asensio López, director de Oleum Xauen

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