Campaña tras campaña queda evidenciado que el aceite de oliva no es un producto excedentario; es decir, que no sobra, que se vende prácticamente todo. Porque es un alimento único y exclusivo que lo hace muy completo desde todos los puntos de vista y al que sólo le falta darle el valor que honestamente se merece, valorizarlo, una asignatura que generalmente se suspende de forma sistemática y reiterada año tras año, década tras década.

Y ahí está el quid de la cuestión, el elemento mollar al que se tiene que enfrentar ya el sector: venderlo a precios razonables y estables, ni por los suelos ni por las nubes, a unas cotizaciones que satisfagan los intereses de todos los operadores, sobre todo de los más débiles; los productores, principalmente de olivar tradicional, y los consumidores.

Porque repito y reitero lo que tantas veces subrayo: no tiene mérito vender el aceite de oliva sin valor y a veces por debajo de los costes de producción. Así, obviamente, no salen los números de este negocio oleícola, que como cualquier otra iniciativa empresarial está montada para que legítimamente salgan las cuentas y tener unos beneficios con precios dignos que, además, el consumidor suele pagar. Otro gallo cantaría, en términos de renta y de generación de riqueza, si su valor añadido fuera mayor.

Este siglo XXI ha venido a cotejar que las medias de producción no suelen ser altas, debido a la emergencia climática (alguna vez llegará la cacareada cosecha del siglo), por lo que habría que ponerse las pilas, cambiar radicalmente el plan de actuación, ¡digo yo! No hacer cada uno la guerra por su cuenta y tener una hoja de ruta que tenga en cuenta como cuestión nuclear el dividendo positivo. Yo sé que esto es predicar en el desierto en este sector tan heterogéneo y con intereses tan contrapuestos, pero entre seguir como estamos y no hacer nada por darle más valor al producto hay estrategias y acciones que conviene explorar para mejorar esta situación que nos recuerda al día de la marmota, una situación machaconamente repetitiva y estéril.

Lo mismo que se está explorando el mecanismo de adecuación de la oferta y la demanda del artículo 167 bis, una herramienta de retirada obligatoria de aceites de oliva para activar en situaciones con evidente desequilibrio de mercado para así regular la oferta sin mermar la viabilidad de las explotaciones olivareras, también se deberían sondear otras estrategias para darle valor al producto, sobre todo el de las explotaciones más vulnerables. Y también sería bueno ajustar la Ley de la Cadena Alimentaria con el objetivo de evitar la destrucción de valor y de cumplir con la venta por encima de los costes de producción.

Por lo tanto, no nos engañemos ni nos hagamos trampas nosotros mismos en el solitario. La media de comercialización de este siglo en España demuestra que el aceite de oliva, pese a las nuevas plantaciones, mantras y demás milongas, no es producto excedentario ni sobrante. Entonces, salvo alguna campaña extraordinaria, ¿por qué venderlo sin el valor que tiene y que merece?

*Asensio López, director de Oleum Xauen

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