Salvo que llueva en cantidad y de forma moderada en esta primavera y luego haya una buena otoñada, el déficit de precipitaciones que arrastra el campo y la cuenca del Guadalquivir hacen presagiar otra cosecha para la campaña 2023-2024 crítica y desastrosa, siempre que no cambie este aciago panorama de pertinaz sequía en este año hidrológico muy seco y árido, con la salvedad de diciembre.

Y eso es más que preocupante porque no hay referencia alguna que se haya producido a lo largo de las últimas décadas dos malas y calamitosas campañas seguidas. Que yo recuerde no hay constancia que se hayan registrado dos cosechas consecutivas tan nefastas y catastróficas en términos de producción y de escasez de frutos, en el caso de que la venidera así lo fuera; y eso, reitero, está por ver aún y de comprobar si se producirá o no el fenómeno de la vecería en este cultivo tan social.

No hay que ser un lumbrera para llegar a esta conclusión, pero es comprensible que cunda la inquietud y la preocupación ante esta prolongada falta de lluvias cuyo agravamiento de la sequía ha dado, aún más si cabe, la voz de alarma en el sector oleícola, que se muestra alertado por el peligro que puede traer esta situación por las consecuencias y las secuelas que se derivarían después de una campaña como la actual de infausto recuerdo. Y eso, muy desgraciadamente, sería como llover sobre mojado, si me permiten la paradoja.

Máxime después de que se haya celebrado esta semana la Comisión de Desembalse de la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir (CHG), que podría acordar restricciones aún más severas para la campaña de regadío que las del pasado año, siempre que la situación no varíe. Un desembalse de 375 hectómetros cúbicos para la campaña de riego a partir del 1 de mayo, una escasa cuantía en consonancia con los lamentables datos de agua embalsada (ahora está en un cuarto de su capacidad) debido a un déficit de precipitaciones de un veinte por ciento y de un sesenta en las aportaciones de los embalses en relación a la media de los últimos 25 años.

No obstante, queda marzo, abril y mayo, y luego el chorreón de septiembre y octubre para no perder la esperanza, que dicen que es lo último que se pierde. Pero como el sector está ya con la mosca detrás de la oreja por lo que pueda venir, ya reclama criterios sociales y de supervivencia de los cultivos en el reparto del agua, así como medidas excepcionales para una situación excepcional. ¡Qué llueva, qué llueva!

*Asensio López, director de Oleum Xauen

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