
El aceite de oliva no es un producto de lujo y se rige, como cualquier otro, por el mercado, con eso que denominan la ley de la oferta y la demanda. Ocurre, sin embargo, que es difícil de entender por el gran público debido a sus vaivenes y volatilidad cuando unas campañas se vende casi a pérdidas, en otras tratan de situarlo como un producto reclamo y a veces, como ahora, en máximos históricos y con unas tensiones de precios que me atrevo a aventurar que no han tocado techo y no digo que sea por especulación.
Es porque aquí, en este sector, no hay estabilidad. Esto no es hacer tornillos y saber cuántos precisa el mercado en cada momento. Aquí las condiciones climatológicas son nucleares y decisivas porque determinan la conformación de la producción. Por eso, de lo que se trata también es de cumplir y de hacer cumplir la ley de la cadena alimentaria para que cada eslabón lo venda por encima siempre de su coste de producción, con unos márgenes dignos para vivir, además de implementar las acciones y estrategias que permita la legislación para tener unos precios de referencia con un moderado equilibrio, tanto en origen como en destino, sin colisionar con las normas de competencia y sin intervenir en el libre mercado. Ya sé que eso puede ser como estar soñando.
En el fondo y en la forma, tras todo ello, lo que subyace es la directa relación de las condiciones meteorológicas con la producción, que condiciona siempre el volumen y el valor final del producto. A más volumen, precios más bajos; a menos, cotizaciones más altas. Así lo subraya la lógica de mercado de un sector que no está lo suficientemente estructurado y que es complejo. Y luego está, capítulo aparte, la tendencia actual, que es inédita por una oferta muy insuficiente ante una demanda que era robusta; un enlace irrelevante y unas expectativas de producción extraordinariamente bajas, cortas y que pueden traer un potencial riesgo parcial de desabastecimiento en los mercados.
Además, claro está, de que a precios desorbitados se menoscaba el consumo, se produce un impacto negativo en la promoción, en la apertura de emergentes mercados y nuevos consumidores, a los que hay que fidelizar de manera sistemática con vistas, sobre todo, a campañas más voluminosas. Lo ideal es tener una horquilla de precios satisfactoria y atractiva para productores y consumidores, sobre todo aunando volumen y valor, y si es posible ahorrando en los costes de producción. Poco mérito tiene esta situación de récord cuando no hay producción y el alza en los costes se ha disparado, pero eso es el libre mercado al que tanto se apela.
Pero que no se le olvide a nadie que el principal motivo y causa de esta delicada situación está centrado en la crisis y la emergencia climática, que va a dejar seriamente tocado a este sector oleícola en cuanto a oferta se refiere por estas dos campañas consecutivas nefastas y paupérrimas. Y ello por la clamorosa y prolongada falta de lluvias; olas de calor sin parangón, riegos menos cuantiosos e incluso deficitarios y un acusado estrés hídrico que ha agotado las reservas del olivo.
Se deduce, por consiguiente, que la piedra angular y el revulsivo para salvar la situación de cara a próximas campañas residen en la ansiada llegada de precipitaciones generosas y abundantes que revitalicen el olivo y colmen los pantanos. Mientras tanto, donde la situación y las urgencias lo permitan hay que tener altura de miras, auxiliar a este cultivo social y estratégico, así como a los que viven de su fruto, junto con saber administrar este difícil escenario lo mejor posible con las recetas y paliativos que se puedan hasta que vengan tiempos mejores. ¡Qué vendrán!
*Asensio López, director de Oleum Xauen