Necesitamos un olivar, un mar de olivos; con olivareros; una agricultura con agricultores, por muchas razones que no voy a describir ni a relatar en esta breve reflexión. La principal es que es una actividad que no se deslocaliza y ancla al agricultor al territorio, con los aspectos positivos que esta circunstancia tiene para mantener las constantes vitales de los pueblos y del medio ambiente, para luchar contra la despoblación y contra el éxodo en el mundo rural.
Con solo ese argumento sobran los motivos por los cuales hay que apostar por el olivarero profesional, el de toda la vida, el que conoce el terreno, el que mima el cultivo, el que se esmera por obtener el mejor fruto y el que produce con plena satisfacción los mejores néctares naturales de aceituna fresca sin defecto alguno, los codiciados vírgenes extra,. Una labor que hay que agradecerles y respaldar sin vacilación alguna.
Por eso, hay que defender al olivar menos productivo, el situado en pendiente, el tradicional, el de tronco gordo, con acciones de discriminación positiva para corregir desigualdades, compensar sus desventajas, con iniciativas extraordinarias para competir en el mercado, además de con producción de calidad y con precios justos, con medidas correctoras y partidas presupuestarias para disminuir la brecha con el olivar intensivo o de copa, o el superintensivo o de alta densidad.
Si no es así y no hay un compromiso explícito y una apuesta decidida por esta tipología tradicional, mal futuro le auguro a este tipo de olivar que es todavía mayoritario en España, aunque hay que pasar ya a la acción para reconvertir lo que sea reconvertible y modernizar lo que sea susceptible de ser modernizado para ser competitivo, rentable y con niveles de productividad más elevados. Porque la diferencia de olivos en una hectárea es palmaria y notoria entre dichos tipos de olivar.
Instrumentos como los fondos comunitarios de la PAC, las ayudas de otras administraciones que sean algo más que testimoniales, el reconocimiento de la calidad vía precios por parte de los consumidores, otros incentivos y nuevas fórmulas son más que precisos para este olivar menos productivo si se quiere competir en el mercado con otras tipologías que tienen mucho menos costes de producción, necesitan poca mano de obra y la productividad es muchísimo mayor. Así sí podrían cohabitar las distintas tipologías de olivar, todas ellas por supuesto legítimas, y hablarse de tú a tú.
Porque, además, la atomización, la desestructuración y la escasa concentración del sector productor debilitan la oferta con las negativas consecuencias que eso tiene para mantener un suelo de precios estable, de rentas dignas y de apuesta por la pervivencia de este cultivo. Por ello, el sector productor no puede seguir cavando su tumba. Necesita de algo más que audacia y poner pie en pared para no seguir banalizando los precios. Y además precisa, de forma paralela, de medidas valientes por parte de los que legislan pensando en este cultivo menos productivo, que vertebra la economía de cientos de pueblos y ciudades, que mantiene aún vivos los pueblos, aunque su futuro corre peligro al necesitar de más certidumbre, de más compromiso y de más ayuda económica, además de hacer frente a la emergencia climática.
*Asensio López, director de Oleum Xauen