La nueva olivicultura y la gran transformación experimentada en la producción de aceites de oliva virgen extra requieren con urgencia que se intensifique una tarea de mayor evangelización y apostolado en sintonía con la época actual. De una manera sencilla, directa y pedagógica de lo que supone este estratégico y pujante cultivo del que se elabora el superalimento que tanto enamora y seduce a todo aquel que se incorpora y queda atrapado en este ecosistema y en su excelso universo de múltiples sensaciones, bondades y beneficios.

Y como casi todo en la vida, este sector, tan desestructurado en la oferta, tan heterogéneo y con tantas caras, diferentes intereses, contextos y situaciones, tiene luces y sombras, debilidades y fortalezas, pero sobre todo lo que más atesora son innumerables oportunidades que merecen la pena aprovechar, como se han sabido optimizar muchos aspectos merced a su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos a lo largo de las últimas décadas y gracias también a su gran metamorfosis para maximizar su eficiencia; que, no obstante, tiene aún muchas asignaturas pendientes que acometer con urgencia, la más importante la de darle valor al producto con una comercialización a todas luces manifiestamente mejorable.

Y a este respecto es justo reconocer que hay islas y muy honrosas excepciones que trabajan de manera muy satisfactoria e incluso brillante este asunto tan complejo como es el del valor, a mi juicio insuficiente aún, por lo que urge a tener más islas para hacer continente. El elemento mollar de este negocio oleícola son los precios, las cotizaciones, no le den más vueltas, ni tengan ningún tipo de complejo en admitirlo, esa es su gran razón de ser, y luego hay otras cuestiones significativas que no son asunto menor, pero que pueden llegar a condicionar el elemento nuclear mencionado. Desmitifiquemos comportamientos antiguos, mantras trasnochados, viejas cantinelas y líderes oleícolas con ideas del siglo XX que parecen atornillados al sillón.

La primera razón para darle valor es de Perogrullo: nunca vender por debajo de los costes de producción; ni dejarse llevar por la catalogación de producto reclamo, ni considerar a los aceites de oliva una commodity; tener una firme concienciación y creencia para darle cierta estabilidad económica al producto para satisfacer los intereses de productores y consumidores, prestigiándolo y explicando su esencia al consumidor, al que siempre hay que poner en el centro del foco, y hablarle claro de lo que representa, lo que cuesta elaborar, las propiedades tan magníficas que posee desde las evidencias científicas sin vender burras gratuitas, resaltando los beneficios que tiene a todos los niveles y defender unos precios dignos para que todo aquel agricultor profesional que pone todo su empeño en obtener el mejor producto pueda vivir de forma justa por una actividad tan noble y necesaria.

Y no hay que sonrojarse por hablar abiertamente de un precio equilibrado. No creo que sea disparatado que el aceite de oliva pueda situarse en la órbita de los 5/6 euros en el mercado de origen. Hagan números de lo que supone esto al año para una familia y de su duración. Es pecata minuta en comparación con otros productos en términos saludables y económicos. Ese debe ser el desafío. Entonces vamos a por este objetivo sin hacernos trampas en el solitario, pastoreando el mercado con convicción, y no siendo el rebaño. Pasemos a la acción desde la razonable reacción y a desplegar una labor de verdadero pastoreo, de auténticos embajadores, sin predicar en el desierto y con pragmatismo para que las acciones no caigan en saco roto. Porque, una campaña más, ha quedado demostrado, acreditado y manifiestamente evidenciado que el aceite de oliva no es excedentario. Ahora toca subir otro escalón, el cualitativo, el de su valía. El quid de la cuestión, el ser o no ser.

*Asensio López, director de Oleum Xauen

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