Ahora que llueve es el momento de adelantarse al futuro y a los problemas sin urgencias, sin ocurrencias y con medidas que generalmente llegan tarde, mal o a veces no llegan nunca, por lo que no surten efecto. Y eso siendo conscientes que la situación de sequía no ha desaparecido ni mucho menos. Sus efectos y sus consecuencias siguen ahí, con la misma vigencia del periodo de pertinaz y prolongada falta de lluvias.

En cualquier caso, las precipitaciones han dado un respiro, han aliviado la coyuntura y pueden resultar balsámicas para programar la próxima campaña de riego, aunque está por ver si suben las dotaciones de regadío en la próxima Comisión de Desembalse de la cuenca hidrográfica del Guadalquivir prevista para primeros del mes de abril. Todo dependerá de la evolución pluviométrica, de cómo estén las reservas y cómo se hayan recargado los acuíferos hasta el ecuador de este año hidrológico que de momento parece que no tiene mala pinta con las generosas lluvias de febrero y marzo.

Y sobre todo esperemos que ese componente psicológico que de manera sistemática tienen las ansiadas lluvias sobre el olivar y los aceites de oliva no se traslade a un escenario de precios con tendencia a la baja porque aún está por ver cómo será la próxima cosecha de aceituna. Porque lo que sí está meridiana y palmariamente claro es que la oferta es escasa hasta enlazar con la campaña 2024-2025. Por eso, las cotizaciones están por encima de los ocho euros en el mercado de origen al haber poco producto y aún queda por abastecer los mercados más de medio año, que no es “peccata minuta”.

Ahora toca, como debería ser siempre haya más o menos agua, fomentar y estimular las políticas de ahorro del preciado líquido elemento; modernizar los sistemas de abastecimiento, distribución y almacenamiento, junto con la mejora del regadío, para el que entiendo que hay tener una visión con altura de miras y comprometida con el desarrollo del medio rural y la generación de valor añadido desde la gestión eficiente, el reparto justo y un uso eficaz para ganar en cohesión y en equilibrio territorial.

Pero para llegar a esta situación, que debería ser lo normal para nada algo idílico ni frentista, no sé si hace falta algo como eso tan grandilocuente que llaman pacto por el agua para hacer de este asunto una cuestión de estado. A mí, la verdad, cuando se emplea este término me genera dudas y me recuerda a algo tan pomposo y tan retórico que inicialmente ya viene vacío de contenido y le suelo dar poca credibilidad. De lo que se trata al fin y al cabo es de algo mucho más sencillo para llevar a la práctica: trabajar con una verdadera y factible política de mejora del agua, de una mejor planificación hidrológica con periodos que tengan en cuenta el corto, el medio y el largo plazo para hacer las obras, las infraestructuras y los proyectos que optimicen los recursos y se dé respuesta rápida a las dificultades en los periodos de ciclos secos de agua. Ahora que llueve es el momento, no cuando las urgencias y las prisas aprietan y ahogan.  

*Asensio López, director de Oleum Xauen

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